Gregarismo financiero
Cuando los principales directivos
de las agencias de calificación rindieron cuentas ante el Congreso norteamericano,
se escudaron en que nadie vio venir el estallido de la burbuja inmobiliaria
para justificar por qué habían otorgado la máxima calificación a unos productos
estructurados que poco tiempo después alcanzaron elevados niveles de
insolvencia. Su afirmación era evidentemente falsa e interesada, pues muchas
voces habían alertado de la sobrevaloración en los precios de la vivienda.
Este enorme fracaso de predicción
se debe a que las agencias tenían alicientes para continuar fomentando una
actividad que les reportaba magros beneficios. Conocían los riesgos pero
evidentemente los minimizaron pues pensaron en las ganancias potenciales que obtendrían
si se alargaba la fiesta. Y como el mercado está controlado por unos pocos que condicionan
el comportamiento del resto, los incentivos para frenar la carrera hacia el
abismo fueron muy limitados. Toma el dinero y corre porque al último no le dejamos
ni las migajas.
Lo que ocurre con muchas
entidades que operan en los mercados financieros es que se evalúa a sus responsables
comparando su actuación con los competidores. En estas circunstancias, unos y
otros siempre tienden a imitarse, más allá de cuales sean sus opiniones y
creencias propias. Se promueve entonces una tendencia al gregarismo porque el
comportamiento colectivo prevalece sobre las percepciones personales.
Evidentemente no seguir a la
manada puede tener un coste elevado pues, aunque el grupo se equivoque, la
responsabilidad del error queda diluida entre todos mientras que, en cambio,
quien se separa del rebaño será el único responsable de sus aciertos pero
también el único culpable de los fracasos y errores que pueda cometer.
Algo muy parecido sucedió con la
imprudente sobreexposición al ladrillo de nuestras cajas de ahorros. En la
medida que el éxito de dichas entidades no solía medirse por su solvencia financiera
o el alcance de su acción social sino por la expansión de sus activos y
oficinas y su docilidad política, la autopista hacia el cielo prometida por los
promotores inmobiliarios fue seguida con entusiasmo pese a que un mínimo
análisis riguroso de los riesgos habría exigido un cambio de sentido radical.
Por ello, cuando ahora algunos responsables
de estas entidades afrontan juicios sobre sus retribuciones, primas y pensiones
deberíamos decidir si hay que premiar o no las actitudes de unos pocos que, por
el hecho de dejarse llevar, han acarreado perjuicios a muchos.
(Reproducción del comentario de actualidad económica en Gestiona Radio)
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