Europa desorientada
Tras el episodio electoral anda
Europa con paso melancólico, aire cansino, aspecto tristón y sin destino claro.
Se comporta como cree que debe comportarse pero no sabe qué hacer con su vida.
Y por mucho que se acicale, ahora mismo es un personaje muy poco atractivo,
pues si la simetría es reflejo de belleza hoy media Europa tiene un aspecto desfigurado.
El gran proceso de ampliación
europea coincidió con el auge de la globalización financiera y la revolución de
las tecnologías digitales. La época de expansión que surgió de la integración
económica y la aceleración del cambio tecnológico fue tan pródiga que permitió
a cada uno, con el viento a favor, escoger el ritmo y los instrumentos de
navegación que más le convenía. Pero la crisis ha dejado un poso muy amargo
pues ha puesto a la vista de todos que el reparto de los costes es muy desigual
entre compañeros.
El aumento de la desigualdad
social es una evidencia de que se han cometido errores muy graves en el
análisis y la gestión de la crisis. Por eso hoy todavía hay debates sobre qué
camino emprender o cuál es la combinación de políticas económicas más adecuada.
Y cuando finalmente llega la recuperación, por muy modesta que sea, grave error
sería que sus beneficios también se repartieran de modo asimétrico.
Las secuelas de la crisis son insatisfactorias
porque no se han reconocido los errores cometidos ni aprendido de la mala
praxis. Se focalizaron las culpas en el pretendido exceso de gasto y
endeudamiento públicos cuando en realidad el meollo del asunto estaba en la
baja calidad de muchos activos bancarios y el excesivo endeudamiento del sector
privado. Por ello, aumentos de impuestos y recortes de prestaciones e
inversiones han generado tanta frustración y desapego. Ciertos son los problemas
de productividad de algunos, pero poco han ayudado a construir más Europa la
reacción tardía y poco entusiasta del Banco Central Europeo, el regateo
político de los rescates y la unión bancaria, la sobreprotección a las
principales entidades financieras o la incapacidad para reconducir el excesivo
superávit exterior alemán.
Hoy, cuando sí tenemos un problema
serio de deuda pública y un enorme nivel de desempleo, parece oportuno
preguntar a las autoridades comunitarias si realmente se ha avanzado en todos
estos temas. Ya le decían a Don Quijote que enderécese
ese bacín que trae en la cabeza y no ande buscando tres pies al gato. Pues
eso...
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