Condenados a entenderse

La renegociación de la deuda exterior griega pone a prueba los puntos de presión de una Eurozona que sufre por los graves errores de su diseño original. No es el exceso de crédito la raíz del embrollo sino una época en la que pesaron más los intereses geoestratégicos o la voluntad de aglutinar la mayor coalición posible que la racionalidad de construir un área monetaria óptima.

El escenario actual nos muestra un juego dinámico con actores que forman parte de una misma coalición pero que tienen intereses aparentemente contrapuestos. Hoy son Alemania y Grecia quienes mejor representan estas posturas distantes pero irremisiblemente condenadas a entenderse. Sus diferencias en estructuras fiscales, capitalización, diversificación productiva y productividad evidencian las limitaciones de la unión monetaria.

En la práctica no hay una multiplicidad de estrategias posibles porque los límites en la negociación están bien delimitados, pues los costes del desacuerdo son inasumibles. Pese a desaires públicos y declaraciones altisonantes, ni la salida de Grecia de la Eurozona ni el impago unilateral de la deuda son opciones viables. Por un lado, el gobierno heleno no está en situación de prescindir del auxilio exterior. Por el otro, un precedente de ruptura de la unión monetaria abriría una caja de Pandora de consecuencias imprevisibles para la deuda periférica. Un riesgo innecesario que racionalmente nadie querría asumir, por muy gallitos que algunos presuman ser.

No es sencilla la escenificación de la negociación pues en la mesa coinciden los desafectos que han perdido la confianza en las instituciones comunitarias tras recortes y descensos salariales persistentes, desigualdades sociales crecientes y una evasión fiscal evidente, junto con los paladines de la austeridad, convencidos de haber concedido a Grecia el más generoso de los tratos. Ciertamente, con las derramas parciales ya asumidas y las condiciones del rescate vigentes, el gobierno griego afronta un coste de la deuda y un calendario de amortizaciones más favorables que sus vecinos.

La presencia de un trasfondo político inestable, con la debilidad evidente de muchos gobiernos y convocatorias electorales inminentes, tampoco facilita la entente cordiale, recelosos todos del coste político de ceder ante quien anatemiza la estrategia de la austeridad. No debería sorprender pues que los movimientos tácticos en clave interna sean protagonistas, ya que muchos tratan de sacar provecho en beneficio propio de su posición en el juego.

Paradójicamente, pese a las dificultades, la situación actual propicia un acuerdo que debería abrir paso a una nueva fase en la gestión de la crisis, que supere las deprimentes políticas de austeridad fiscal y deflación como purga de los excesos crediticios. Por un lado, la estructura actual de la deuda exterior (con más del 80% en manos de instituciones soberanas) es una valiosa oportunidad para la refinanciar al tiempo que para modificar calendarios y orientación del ajuste. Por el otro, en el contexto de reducción del déficit público, la tasa de crecimiento económico griega se acerca finalmente al coste de financiación de la deuda, condición necesaria para detener la espiral de endeudamiento, actualmente cercana al 180% del PIB.

Cabe pues un pacto que necesariamente no debe demorarse demasiado pues, con independencia de los calendarios de vencimiento del rescate, la huída de depósitos y la evasión fiscal continuarán si no se percibe una respuesta ágil y unívoca. A mi entender, el acuerdo final debería pivotar sobre cinco ejes:

  • Es esencial reducir incertidumbre, pues los procesos de crisis financiera suelen alimentarse de especulaciones. La extensión temporal del rescate, la negociación multilateral de las reformas económicas a adoptar y la renuncia a cualquier quita de la deuda otorgan mayor margen de maniobra al tiempo que delimitan los factores de riesgo.
  • Conviene reforzar la consideración como preferente de la deuda en manos de acreedores privados y garantizar el cumplimiento estricto de las obligaciones contraídas con ellos. Es un paso que induciría una confianza creciente en los mercados financieros.
  • Sería oportuno distinguir los problemas de solvencia de las tensiones de liquidez. En un contexto de recuperación de la credibilidad en las instituciones griegas, el Banco Central Europeo debería revertir las restricciones de financiación al sistema financiero.
  • Una vez detenida la espiral de deuda debe pensarse en la viabilidad de su retorno. Eliminada la opción de una quita, ya que el riesgo de contagio sería elevado, se puede reestructurar más favorablemente la parte de la deuda en manos soberanas, ampliando el generoso periodo de carencia actual. Hay que asumir el coste de la clamorosa miopía inversora que asignó recursos financieros hacia inversiones poco productivas.
  • En cuanto al ajuste fiscal, es hora de separar el grano de la paja y aplicar la flexibilidad prevista en el rescate. Es contraproducente exigir superávits primarios crecientes si es a costa de inversiones que  ayuden a impulsar la productividad de las economías más endeudadas.

Es cierto que las deficiencias estructurales de la economía griega continúan siendo relevantes y que quien presta dinero tiene derecho a exigir contrapartidas, pero la obsesión por el recorte de gasto público y el ajuste salarial ha hecho olvidar que sólo se puede devolver lo que se adeuda cuando se generan rentas suficientes que lo hagan posible.

Nos permitimos el lujo de implementar una unión monetaria que carece de mecanismos de federalismo fiscal. Por si fuera poco, los países acreedores no impulsan su actividad económica para favorecer que el comercio internacional ayude a la reactivación de las economías más endeudadas. Más bien al contrario, al promover políticas internas de austeridad han endurecido la intensidad del ajuste fiscal requerido a sus socios.

La Eurozona se juega pues en Atenas evidenciar su valor real como coalición de actores económicos. Tiempo es de pasar a las decisiones estratégicas que distinguen a los grandes jugadores. Una inteligencia estratégica que es indispensable para alcanzar la situación más favorable al final de la partida.


(Reproducció de l'article publicat aquest mes a la revista Directivos y Empresas)



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