O tempora, o mores

A cada nuevo episodio de esta demencial serie de acontecimientos basados en la gestión de la crisis financiera en Europa, uno se sorprende de la capacidad de los guionistas para dar giros inesperados al relato sin dar tregua alguna al espectador, a quien apenas se les concede unos instantes de cortesía para acudir al aseo o proveerse de un tentempié. Quien abandona su asiento ante la pantalla corre el riesgo de perderse algún episodio que puede ser crítico para saber donde deberá poner sus ahorros a buen recaudo.

Ahora, tras el descalabro del referéndum británico, el parche de la deuda griega y la amenaza de multa al díscolo gobierno español por sus veleidades fiscales electoralistas, es la banca italiana la que amenaza con volver a sacudir el mercado. Ya avisamos que sería un año de movimientos bruscos en los mercados de valores y divisas y vamos camino de quedarnos cortos.

Sin crecimiento económico no se genera más renta y sin mejoras salariales difícilmente mejorará la distribución del ingreso, aunque éste aumente. Pese a que se recortan gastos y la presión fiscal no cede, la deuda apenas se recorta porque la base de la creación de riqueza es una mejora de la productividad basada en un empleo de calidad y bien remunerado. No van por ahí las cosas en gran parte de la Eurozona y los desperfectos van dejando verse a cada paso del camino.

Aunque no es el único sistema financiero con exceso de riesgo en sus alforjas, la banca italiana padece la dolencia de no haber sido capaz todavía de digerir el empacho crediticio de la época dorada. Había provisionado gran parte del riesgo acumulado, pero la persistencia de la crisis ha conducido los créditos dudosos a alcanzar casi el 20% de los activos. El triple que cuando estalló la crisis. Mientras los rescates han facilitado contener el riesgo de quiebra y contagio, la opción de confiar el destino de las instituciones financieras a una rápida reactivación económica se ha revelado excesivamente optimista.

Tras el referéndum británico, la amenaza de una mayor inestabilidad económica, un menor crecimiento y unos tipos de interés bajo cero han derrumbado las cotizaciones de las joyas de la corona del sector hasta el punto de ser consideradas en el mercado muy por debajo de su valor contable. Por si fuera poco, el Banco Central Europeo les pasará próximamente su test de estrés que, bajo criterios de influencia germánica, amenaza con provocar el éxtasis del gremio de los cardiólogos. Y no nos olvidemos que Italia continua siendo, con la notable excepción griega, la economía europea más endeudada.

Probablemente, la necesidad de recapitalización ya sea inevitable y urgente, lo que abriría un nuevo sendero en la ruta hacia lo desconocido. Francamente, parece difícil hallar una salida sin una inyección cuantiosa de dinero público, pues se estima que hay cerca de 200.000 millones de activos tóxicos pendientes de provisión, cinco veces más que el rescate de los bancos españoles con financiación de la Troika. El problema es que, en el marco de las nuevas reglas que deberían conducirnos hacia la unión bancaria, las ayudas estatales no están permitidas y se considera que deben ser los accionistas e inversores en bonos corporativos quienes asuman la mayor parte del coste. Y comenzar la aplicación de las nuevas normas incumpliéndolas, es poco edificante. Pero tal vez muy necesario.

Europa necesita más compromiso y firmeza de objetivos pero mucha más flexibilidad en la gestión del proceso, sobre todo cuando es la estabilidad financiera la que está en riesgo. La misma flexibilidad y coherencia que sería deseable para conducir la política económica hacia senderos un poco más conocidos. Si, aquellos que hacen compatible el crecimiento con la equidad.

No es de extrañar que, con tanto giro y sorpresa argumental, muchos se sientan tentados a solicitar una pausa. Por favor, ni que sea publicitaria…

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