Inteligencia social


En una entrevista reciente, Frank Spinath, genetista conductual de la Universidad de Saarbrücken en Alemania, explicaba la capacidad que tienen los genes para buscar el entorno más conveniente.

Si bien es cierto que la inteligencia en buena media se hereda, también lo es que las capacidades cognitivas evolucionan de acuerdo con las experiencias que cada uno va teniendo en la vida, siempre y cuando sepa sacar provecho de ellas, claro está. En otras palabras, la inteligencia no es algo predestinado, sino dinámico.

La relación entre inteligencia y ambiente es bidireccional. No sólo reaccionamos ante estímulos exteriores, nuestra reacción hace que los estímulos sociales sean distintos. Algunos bebés ríen con más facilidad cuando nos dirigimos a ellos y nosotros mismos también somos más proclives a buscar el contacto con los más receptivos que con los más callados y absortos, con lo cual los más abiertos también serán los que recibirán más estímulos.

No existe pues un gen determinante de la inteligencia, ni para las personas ni tampoco para las sociedades. Cómo nos organizamos para convivir es el producto de nuestra historia, de lo que hacemos y de lo que aprendemos por el camino. En poco se puede enorgullecer Europa de su legado reciente. Por estas lares, todavía menos. Descartada la existencia de un gen prodigioso europeo, cabe sacar provecho de lo que nos acontece.

Una de las principales competencias que conforman la inteligencia es el pensamiento deductivo. Deducir que frente al sufrimiento y la merma de las condiciones de vida de muchos la mejor respuesta posible es la pasividad, la resignación o la defensa del status quo es tan falaz como poco inteligente. Con la edad la influencia de los genes aumenta porque nos vamos construyendo nuestro propio entorno confortable. Nos cuesta cambiar las cosas, pase lo que pase.

Pero la ciencia nos demuestra que según cuales sean las condiciones de vida, los genes se activan o desactivan. Cierto es que las sociedades que progresan son las que trabajan más pero también son las que crean condiciones para mejorar el bienestar de cada individuo y las que mantienen un espíritu rebelde. El inconformismo social, más allá de ser democrático y saludable, también es bueno para la inteligencia colectiva. Un futuro mejor exige hoy una buena dosis de renovación de ideas.


(Reproducción del comentario de hoy en Gestiona Radio)

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