¿Neoludismo?

Crece la preocupación sobre la desigualdad rampante en las sociedades europeas. Evidentemente, la intensidad y duración de la crisis así como su respuesta política son factores determinantes del aumento en la disparidad de las rentas. Pero no son los únicos. El tándem globalización y cambio tecnológico no sólo es un reto para la gestión empresarial, también es un factor de profunda transformación del mercado laboral.

Recientemente, Robert Skidelsky, profesor emérito en política económica de la Universidad de Warwick escribía en su bloc un artículo en el que rememoraba la llamada revuelta luddita de principios del siglo XIX que, al grito de muerte a las máquinas, se oponía a la revolución industrial porque la creciente mecanización amenazaba con reducir los salarios y sustituir muchos empleos existentes.

Ya decía Thomas Jefferson que son mejores los sueños de futuro que las historias del pasado. Y ciertamente hablar de luddismo en una sociedad que parece avanzar hacia el Yo, Robot de Isaac Asimov se asemeja algo anacrónico pero en realidad nos recuerda que a lo largo de la historia económica el progreso técnico siempre ha tenido impacto en los niveles y la estructura del empleo. Es cierto que, con el paso del tiempo, el trabajo y la riqueza han mejorado porque el cambio técnico ha generado aumentos de productividad, mayores rentas y nuevas ofertas laborales. Pero también lo es que no todo el mundo se ha beneficiado de las grandes oleadas de innovación tecnológica.

Lo que tiene de distinta esta fase del progreso tecnológico es el hecho que las tecnologías digitales no sólo sustituyen habilidades físicas sino también habilidades mentales y que, por tanto, no son únicamente los trabajos de menor cualificación los amenazados sino también muchos empleos ocupados por personas con conocimientos medios y especializados que desarrollan tareas rutinarias y fácilmente programables. Es evidente que la globalización amenaza los niveles salariales y los lugares de trabajo que aportan menor valor añadido pero es la revolución digital la que exige cambios profundos en nuestra manera de organizar la economía de futuro, tanto en la industria como en los servicios.


Afirmaba Tolkien que el trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en acabarse. Las expansiones y recesiones pasan y nuestra economía sigue más pendiente de las estadísticas del momento que de una reflexión estratégica sobre el tipo de nuevas empresas y empleos que debemos crear para vivir en una sociedad con mejor porvenir.

(Reproducción del comentario de actualidad económica en Gestiona Radio)

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