¿Y ahora qué?

Us reprodueixo el contingut de l'article que avui s'ha publicat al diari Expansion relacionat amb la crisi del deute extern grec i el seu impacte a l'Eurozona:



Las inyecciones de liquidez y adquisiciones de deuda por el BCE ofrecieron un plus temporal a los negociadores, pero el órdago de Tsipras y la reacción de la troika evidencian el desencanto con su enlace y amenazan un divorcio que sería traumático. La imposición de controles de capital y el cierre de instituciones y mercados financieros es de facto una interrupción de la unión monetaria. Sin libre movilidad de capital no hay eurozona. Estamos pues ante una insolvencia de la unión monetaria: un socio es incapaz de afrontar sus obligaciones ante los acreedores y la coalición de solventar un problema generado endógenamente.

Con independencia de la evolución del conflicto, sabemos que la renegociación de la deuda y nuevas aportaciones de capital serán inevitables. Harán falta nuevas concesiones financieras porque la totalidad de la deuda helena es impagable, con independencia del resultado del referéndum. Grecia adeuda un 180% del PIB, lo que sólo es viable si se detiene el espiral de deuda y se generan rentas suficientes. Sólo se frena la expansión de deuda si la tasa de crecimiento económico supera al coste de financiación o se generan superávits públicos primarios. Con las reestructuraciones acordadas y quitas concedidas, el servicio de la deuda es asumible pero el crecimiento sigue ausente, de modo que las urgencias para conseguir superávits primarios persisten pese a su escasa racionalidad económica.

Poca inteligencia estratégica tiene exiliar ahora de la coalición y enviar a la indigencia a un socio al que se le concedieron generosos préstamos pese a que accedió al grupo sin cumplir los requisitos. El despropósito actual es que cuando los límites de la negociación se fuerzan excesivamente, los escenarios nocivos se convierten en posibilidad real. No hay mayor garantía de default que expulsar a Grecia de la eurozona. Los partidarios de la salida de Grecia obvian el efecto sobre los tipos de interés y el valor de la deuda exterior de la adopción de una nueva divisa. ¿Quién proveería de liquidez al sistema financiero heleno, adquiriría su deuda pública y a qué precio lo haría?  Y pensar que una devaluación resolvería los déficits de productividad en ausencia de un tejido productivo sólido y diversificado y sin atender a los costes del encarecimiento de importaciones y deuda exterior es ilusorio.

Quienes abogan por la solución Grexit olvidan también que exclusivamente con tipos de cambio irrevocablemente fijos y libre movilidad de capitales ya disponemos de unión monetaria y que si adoptamos una única moneda fue para convencer a los escépticos de la irreversibilidad del proceso. El riesgo de contagio tiene que ver menos con la respuesta actual de los mercados financieros que con sus efectos impredecibles en el futuro. El precedente generado debilitaría la posición exterior de las economías más endeudadas, por mucho que hoy se sientan invulnerables. Una vez rota la coalición, ¿qué impediría nuevas tensiones cuando los desequilibrios reaparezcan en alguna economía? Especular contra la estabilidad de la eurozona ya no sería una entelequia.


Nadie ha padecido más el ajuste en rentas, empleo y producción que Grecia ni ha recibido un trato más favorable en la reestructuración y refinanciación de su deuda, incluyendo rescates y quitas. Padecemos los errores de diseño y supervisión de la eurozona y la ausencia de mecanismos de compensación alternativos. No es momento de restar sino de proponer reformas profundas en la arquitectura y políticas de la eurozona.


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