Desconfianza bancaria


Cuando el crecimiento económico es esquivo larespuesta política es urgente, recuerda la OCDE en su informe más reciente. Desvanecida la densa niebla delcolapso financiero, nos descubrimos al borde de un precipicio y con una nueva tormenta de aspecto huracanado en el horizonte. 

El debate económico de la gestión de la crisis jamás trató de si la austeridad en el gasto público era un valor deseable. Se discutía sobre cómo gestionar un problema esencialmente de deuda privada y falta de competitividad en algunas economías de la eurozona. El conflicto se intoxicó porque tras la burbuja de deuda privada se escondía el comportamiento negligente de muchas instituciones financieras en sus decisiones de inversión.

La solución a la crisis financiera se gestó a partir de una racionalización parcial del sistema bancario, un ajuste limitado de sus cuentas de resultados y una estrategia para refinanciar el exceso de deuda privada mediante la emisión de deuda pública y la asunción por parte del estado de la mayor parte del coste de los errores de gestión bancaria.

Es decir, algunos de los principales bancos del continente consiguieron traspasarnos sus créditos dudosos a todos. Ahí radica el quid de los famosos rescates. Incluso cuando el problema original era de deuda pública, como en el caso de Grecia, la estrategia fue la misma. Muchas de las inversiones imprudentes realizadas por instituciones financieras antes del estallido de la crisis en forma de créditos a prestatarios que no disponían ni de capacidad económica suficiente ni de activos con que respaldar las deudas, se han transmutado en deuda pública. Circulan hoy por los mercados financieros activos que todo el mundo sabe (pero nadie quiere reconocer) que valen mucho menos de lo que prometen, lo que con el tiempo acabará provocando bailes de cotizaciones y primas de riesgo.

Sin voluntad política para dejar caer las grandes instituciones que actuaron con negligencia, predisposición a asumir quitas de deuda y políticas económicas promotoras de crecimiento económico, la única alternativa es una refinanciación constante de deuda. Y ahora una gran bola de endeudamiento nos acerca peligrosamente hacia el abismo.

Y cuando el BCE amplía el flujo de dinero disponible a coste irrisorio con el propósito de sostener al mercado y mejorar las expectativas económicas, también complica sobremanera el negocio bancario. Con tipos de interés bajo mínimos, el margen financiero es escaso y la capacidad del sector para atraer ahorro o mejorar su capitalización también es muy limitada.

Peor aún, el problema principal de las situaciones de riesgo moral mal resueltas es que la reincidencia es inevitable. Y ahora vuelve a ser el sistema bancario el artífice de la tormenta que se avecina. Y pese al proceso de reestructuración y recapitalización reciente, algunos de los principales bancos europeos mantienen muchos activos tóxicos en su balance, pues no han desaparecido los comportamientos irracionales. No sólo sufre el sector financiero por las dificultades para recuperar los cuantiosos créditos otorgados a las grandes empresas del petróleo y las materias primas, también está desorbitadamente implicado en el mercado de derivados sobre estos productos y comprometido a pagar unos precios muy alejados de la realidad actual del mercado. Por ello, pese a que muchas entidades superen las evaluaciones del BCE y muestren niveles de capitalización superiores al pasado reciente, su nivel de exposición al riesgo es apreciable. Y las innovaciones financieras diseñadas para captar recursos, como los contingent convertible bonds, ya amenazan con convertirse en la nueva versión de las célebres acciones preferentes. Que vienen los CoCos (como popularmente se conocen) podría ser el nuevo grito de moda en el mercado.

La principal entidad de la eurozona, el Deutsche Bank, parece liderar el ranking de factores de riesgo. Sus recientes multas por infracciones relacionadas con manipulaciones de precios, violaciones de embargos o complicidad en evasión fiscal son indicios de tensiones entre los cambios legislativos y unos mercados financieros siempre propensos a imaginar nuevos métodos para rebasar los límites regulatorios. 

Tras los rescates y la expansión de la deuda pública, poco margen disponible queda a los gobiernos para atender una nueva crisis financiera. Si una parte considerable de la cuota de deuda pública que cada ciudadano soporta ya sabemos que vale bien poco o nada, sería hora de que quien gestione irresponsablemente asuma las consecuencias. Si es que el activo principal del sistema bancario es la confianza de sus clientes, claro.

Aquesta és la reproducció de l'article que aquesta setmana he publicat a El Boletín.com:


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