¡Qué animales son estos espíritus!

La doctrina filosófica del dualismo nos habla de que materia y mente son dos realidades distintas. René Descartes, su principal exponente, afirmaba que nuestra vida era el resultado de una interacción constante entre estos dos tipos distintos de existencia, la res extensa y lares cogitans, que no viven separadamente sino que se influyen mutuamente. La materia afecta la consciencia y la mente se introduce en el funcionamiento del mundo que observamos.

Comprender cómo es posible que interaccionen dos realidades separadas fue un reto filosófico que incluso antes del cartesianismo ya llevó de cabeza a algunos de los más ilustres filósofos. Descartes trató de resolver el enigma hablando de la presencia en el cerebro humano de una glándula pineal donde el cuerpo afecta al alma. Es decir, donde los movimientos materiales se transforman en pensamientos y donde la mente actúa sobre unos llamados espíritus animales que hacen mover el cuerpo. 

Gracias a los avances científicos sabemos hoy que la dichosa glándula existe, aunque parece que sirve más para generar melanotonina y favorecer la sincronización de las funciones corporales que para otra cosa. Pero si alguna cosa ha aprendido la ciencia económica es que de espíritus animales, haberlos haylos.

Fue Keynes quien indicó que una parte creciente de la actividad económica se gobernaba por decisiones que no eran racionales ni respondían a la búsqueda de intereses económicos. Estos espíritus animales, en contraposición a la racionalidad económica pura, en gran parte explicarían las fluctuaciones económicas y la inestabilidad característica del capitalismo, que es capaz de transformar modas y manías pasajeras en episodios desbordantes de euforia y pánico a una velocidad vertiginosa.

Esta propensión innata al exceso irracional, para bien o para mal, responde al efecto económico multiplicador que tienen la confianza, la percepción de justicia y equidad o la ilusión monetaria. Las expectativas, ideas y percepciones de las comunidades afectan a la evolución de sus agregados macroeconómicos.

Probablemente los mercados financieros sean el escenario idóneo para comprender la trascendencia de las expectativas económicas. Con fluctuaciones constantes de precios y frecuentes episodios turbulentos, la inversión en acciones y títulos de deuda fija es mucho más volátil que el comportamiento de la actividad económica o la evolución de la deuda pública. Bajo el célebre lema de el mercado lo descuenta todo se ocultan comportamientos poco ajustados a la racionalidad económica que no atienden a las previsiones económicas o a los resultados empresariales. Es decir, ignoran lo que sustenta el llamado análisis fundamental del mercado.

Es evidente que el comportamiento del mercado genera reacciones psicológicas en los inversores, que quieren enriquecerse rápidamente cuando el mercado sube y proteger el valor de su inversión cuando el mercado se hunde, de modo que confirman e incluso aceleran la tendencia existente. Pero cuando los ascensos y caídas de cotizaciones se sostienen exclusivamente en las expectativas de futuros aumentos o descensos de precios, se ponen los mimbres para el colapso.

El problema reside en que sus efectos acaban trasladándose a la economía real y no sólo porque alteran la riqueza de los que han invertido. A cualquier hijo de vecino le alcanza su influjo aunque jamás haya comprado acción alguna o el IBEX le suene a nombre de cabra alpina.

El desfallecimiento actual de los mercados de valores europeos y la escasa rentabilidad de la renta fija amenazan con llevarnos a un océano de liquidez sin destino aparente, una descapitalización acelerada del sistema financiero y convertir en estéril el impulso monetario del Banco Central Europeo. Hasta el punto de que si se extiende la percepción de que todos los factores fundamentales que apoyan la reactivación económica son insuficientes y que todo va ir a peor, la profecía se acabe autoconfirmando. Habría que cambiar el paso urgentemente y sorprender el decaimiento de la mayoría con un cambio de política económica. Es hora de un nuevo episodio de coordinación económica internacional. 

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