La grieta social


Deambula tristemente la economía española por el escenario como un personaje atormentado, de tragedia shakesperiana, que obstinadamente renuncia a lo que es con la vana ilusión de alcanzar lo que pretende ser. Cual indigente arruinado por sus excesos, disfraza miserias propias con discursos altivos, albergando la esperanza de recibir un trato comprensivo a su desgracia.

Pero en la gestión de la crisis se abrió la puerta al mayor de los enemigos, que campa ahora a sus anchas en las dependencias más íntimas de nuestra sociedad. Los datos publicados en las últimas semanas desnudan la estrategia adoptada y muestran un ascenso galopante de la desigualdad y la pobreza en España, hasta el punto de alcanzar niveles propios de modelos sociales muy alejados del ideal europeo. Hoy los riesgos de disfunción social son una realidad evidente.

La distancia entre los dos extremos de la distribución de la renta en España es escandalosa y, durante la crisis, ha crecido tres veces más rápido que en toda la Unión Europea. El desempleo alcanza a una cuarta parte de la población activa, una fracción similar de hogares se sitúa ya por debajo del umbral de pobreza, el ahorro familiar se desvanece y el riesgo de exclusión social de los jóvenes es mayor que para los ancianos. Ciertamente, la destrucción de empleo es el principal causante de dicho perjuicio. Pero no es el único.

Cabría esperar que el cambio tecnológico, la competencia global y la pugna por apropiarse las rentas generadas en la fase de crecimiento motiven un aumento de la desigualdad. Así ha sido en toda la OCDE, pero su explosión durante la gestión de la crisis evidencia el sesgo de una política económica, que ha cargado las tintas del ajuste sobre las clases menos pudientes. El malestar es palpable en la calle y las instituciones pues el empobrecimiento es general pero no para todos.

La política económica en España frecuentemente parece confundir objetivos e instrumentos y la gestión de los tiempos y las formas de las decisiones adoptadas ha sido, cuanto menos, poco afortunada.  Mientras que el equilibrio presupuestario y la austeridad en el gasto público son activos que emanan de un ejercicio de responsabilidad siempre encomiable no representan un fin por sí mismos, particularmente en una sociedad con graves limitaciones en el desarrollo de su estado del bienestar, con carencias severas en su sistema fiscal, con déficits competitivos evidentes y con un modelo económico incapaz de integrar e ilusionar a sus miembros mejor preparados. Cuando fracasa la gestión de la coyuntura económica se nota aún más la ausencia de políticas económicas cualitativas, de naturaleza reformista.

Mucho deberá afinar la política económica para evitar los riesgos de una sociedad menos inclusiva. Las comunidades menos igualitarias padecen mayores costes sociales derivados de enfermedades, fracaso escolar, inseguridad, exclusión, desarraigo y desigualdad de oportunidades. Una menor movilidad social induce también limitaciones al crecimiento económico pues la ausencia de incentivos y oportunidades desanima la adopción de riesgos. Todos sufrimos las consecuencias en una sociedad menos equitativa y solidaria.

Fue la elevada desigualdad de las economías anglosajonas uno de los factores que estimuló la burbuja crediticia, ya que amplias capas de la sociedad requerían del endeudamiento para alcanzar los niveles de consumo socialmente apetecibles. Tal vez inconscientemente estemos incubando ya el germen de una futura burbuja pues olvidamos que la calidad de vida se percibe siempre en comparación a un grupo de referencia. El bienestar económico de los miembros de una comunidad no depende tanto la dimensión de la cesta sino de cómo se reparte su contenido.

Hay que crear empleo de forma urgente y desvanecer incertidumbres. No se adivina mejor medio para ello que promover la inversión empresarial, acompasar la consolidación fiscal a las necesidades de nuestra sociedad y repartir sus costes con mayor equidad. En el fraude fiscal, la tributación de las rentas no salariales y la liberalización de mercados hay un buen trecho por recorrer.

En el juego instaurado de ganadores y perdedores, las familias que dependían exclusivamente de las rentas salariales se han llevado la peor parte. Malos mimbres para construir el cesto de la prosperidad. La austeridad para pobres y asalariados amenaza la convivencia, arruina la cohesión social y nos desliza hacia una peligrosa involución. Sería inteligente abordar un cambio de rumbo, no sea que a muchos se les ocurra preguntarse sobre el sentido último de tantos esfuerzos y sacrificios tolerados para rebajar la prima de riesgo.

(Aquest article es va publicar posteriorment al diari Expansion el dia 18 de desembre de 2012: La grieta social)

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