Reformas Estructurales
Como el impulso a las políticas de reforma estructural ha sido consecuencia
de la presión externa de los únicos que eran capaces de ofrecernos ayuda
financiera --sí, la famosa troika—poco ingenio hemos puesto en el empeño.
Así, la presión reformista tiene un efecto dual en la economía. Por un
lado, la coyuntura sigue su curso previsto. El ajuste salarial ha favorecido la
competitividad y la mejor financiación de la deuda ha suavizado el ritmo de
ajuste presupuestario. La caída de actividad se ha detenido y la evolución
trimestral del PIB y el empleo traerán buenas noticias hasta el otoño próximo
pues la comparación con el calamitoso primer semestre de 2013 siempre será
favorable.
Pero cuando se afirma que la recuperación es un síntoma del éxito de las
políticas reformistas la nitidez del cuadro macroeconómico se desvanece. Era
necesario reformar y cambiar las instituciones y las reglas del juego para que
la economía fuera más eficiente, productiva y flexible. Con lo hecho, se ha
ganado productividad por la vía del descenso del empleo, se ha facilitado la
flexibilidad por la vía del ajuste laboral y se ha confundido eficiencia con
recaudación e individualismo. Un ejemplo, la distancia en la renta familiar
media los barrios más ricos y pobres de Barcelona ha pasado de ser de 4 a 7
veces mayor. Y en otros lugares las cosas no han ido mejor.
No podemos emerger del hoyo de la crisis hechos unos zorros. Que la
sociedad se empobrezca por purgar los excesos de un crecimiento sustentado en
la deuda exterior es asumible sólo si ponemos las bases para la modernización
de la economía. Y España necesita reformas, francamente hoy más que nunca.
Reformar el mercado de trabajo para aproximar salarios y productividad y crear
empleo de mayor calidad, reformar los mercados de servicios básicos para
introducir competencia y reducir su coste, reformar el sistema educativo para
aproximar las capacidades a los requerimientos formativos y reformar el sistema
fiscal para promover el empleo, el ahorro y una redistribución más justa de la
renta. Viendo la evolución de la pobreza, de la temporalidad, de la emigración
de talento, de los precios de la energía y los servicios públicos, de la
presión fiscal sobre el empleo o del contenido de la reforma educativa, que
cada uno de ustedes saque sus conclusiones.
Hora es de legislar no pensando en Fich o en Moodys sino en los Martínez,
Orbaiz, Pujol o Garcías, pues aunque el filósofo Descartes decía que es
preferible una falsa alegría a una tristeza verdadera, cuando las causas de la
tristeza son reales los riesgos de caer en una depresión aumentan, aunque el
PIB mejore.
(Reproducción del comentario de actualidad económica en Gestiona Radio)
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