Einstein y el Universo
Estos días rememoramos la emergencia de
movimientos sociales que intentan trasladar a la esfera pública y al debate
político el descontento de una parte muy apreciable de la sociedad con la
gestión de la crisis financiera.
La percepción de agravio y trato discriminatorio
se ha extendido en las economías más afectadas por la crisis hipotecaria pues preocupación
hay ante la aparente ineptitud de los gobernantes para responder con acierto a la
polarización política, la exclusión social y la desigualdad económica que
crecen por doquier. La sociedad española es un buen exponente de este sano
inconformismo.
Afirmar que las decisiones políticas se adoptan
con el único fin de beneficiar al 1% más rico de la población es un argumento
tan simplista como falaz, pero que la factura de la crisis no la pagamos todos
al mismo precio es una evidencia empírica.
Una de las dimensiones principales de la
desafección social es la alarmante disparidad en la distribución de las rentas.
No parece estar la política a la altura de las circunstancias. Fraudes,
corruptelas y evasión fiscal aparte, el 20%
más privilegiado se lleva el 40% de los ingresos que se generan en
España, siete veces más de lo que percibe el 20% menos afortunado. El nivel de
desigualdad es superior al alemán, francés e italiano y mejor no compararnos
con los países nórdicos. La pobreza se extiende además a un ritmo mucho mayor que
en nuestro entorno.
Ya que la comisión amenaza ahora con vigilarnos
más estrechamente, fuera bueno advertirles que en política económica no deben
confundirse fines con medios. Si en el contexto actual, luchar contra la
pobreza, evitar la exclusión y garantizar un trabajo digno no son un objetivo económico
esencial, mal dadas van las cosas.
Muchos perciben que el blanco parece situarse sólo
en décimas de déficit público, de primas de riesgo o de caídas de PIB. Detrás
de estas décimas hay muchos millones, pero de poco sirven si no son bien
invertidos.
Parecen olvidar los ideólogos del ajuste que aumentos
impositivos, reducción de prestaciones y recortes salariales deberían ser sólo
instrumentos al servicio de un fin mayor. Un fin que la sociedad espera que no
sea meramente calmar las tensiones en los mercados financieros.
Tal vez cabría recordarles humildemente a Einstein
cuando éste afirmaba que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez
humana, aunque sobre lo del universo decía no estar del todo seguro.
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