Un nuevo contrato social

La esencia de la época dorada del Estado del Bienestar era saber combinar el progreso económico con el desarrollo de instituciones de control democrático y el impulso de políticas sociales que promovieran la igualdad de oportunidades. Saber compaginar la riqueza derivada de los avances técnicos con transformaciones sociales y políticas  está en el ADN del proceso de desarrollo europeo.

Por ello entristece observar la pobreza de ideas de la política económica y el yugo que representa la tutela de la troika. En ausencia de autonomía, muchos gobiernos sólo se desvelan por reducir gastos y captar nuevos ingresos, ansiando recuperar la confianza de los inversores financieros.

El ajuste de las finanzas públicas europeas recae duramente sobre los ciudadanos y agrava unos niveles de desigualdad social que ya iban de escalada antes de la crisis a causa de la aceleración del cambio tecnológico, el proceso de globalización, las diferencias en los niveles educativos, la proliferación de contratos laborales precarios, la segmentación salarial entre hombres y mujeres o la ausencia de retribuciones mínimas. Y cuando la recesión golpea al mercado de trabajo, los indicadores de desigualdad hierven.

Identificadas las causas, parecería sencillo aplicar los remedios pero, en muchos países, la combinación de poco acierto y escaso margen disponible inducen sesgos que pueden tener un impacto muy nocivo en la sociedad y el propio sistema democrático.

Resignarse ahora a creer que el Estado del Bienestar fue un sueño que ya no volverá es hacerle el juego a quienes más beneficia la polarización, pues quien acumula más rentas también tiene mayores oportunidades de formación y mejores expectativas de futuro. Sería oportuno que Europa supiera reconducir conjuntamente las asimetrías y redefinir cual debe ser el nuevo contrato social que identifique su modelo de futuro.

Y, mientras tanto, luchar contra el fraude y la picaresca fiscal. Mientras la capacidad adquisitiva de muchos se reduce, es injusto y poco ético permitir a las grandes transnacionales tributar por cada euro de beneficio solo una quinta o sexta parte de lo que pagan las pequeñas empresas, mediante cálculos fraudulentos en sus precios de transferencia, procedimientos de ingeniería tributaria o inversiones en paraísos fiscales.

Seamos inteligentes, pues a la mayoría no nos gustaría que en la Europa de nuestros hijos los países compitieran entre sí en base a diferencias en sus políticas sociales y fiscales.

(Reproducción del comentario semanal en Gestiona Radio)

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