El estado de la nación

El miedo es una enfermedad
social grave que inhibe los individuos y los hace más vulnerables ante arribistas
y populismos. Muchos ejemplos hay de ello. El hartazgo ante tantos maletines,
sobres, micrófonos, peinetas y chanchullos acrecienta ese riesgo porque el
progreso social depende tanto de la economía como de la estructura
institucional. Cuando los valores y códigos de conducta no son ni compartidos
ni ejemplares, los bienes públicos comunes se desvalorizan y las acciones
colectivas languidecen. Poco edificante y democrático parece pues ver asientos
vacíos cuando quienes tienen uso de la palabra son los grupos minoritarios del
hemiciclo.
Y eso que no faltan razones para
debatir y arrimar el hombro, pues la economía española sigue en el atolladero. Pocos
datos nos permiten creer que hoy estamos mejor que hace un año. Ni es satisfactoria
una reducción del déficit público a costa de mayor presión fiscal y menos prestaciones, mientras la cuenta del festín
hipotecario se paga en deuda pública, ni cabe alardear de un mejor saldo exterior
cuando la demanda interna se hunde a ritmos del 4% anual.
De lo que se trata es de dilucidar
si estamos ya cerca del punto de inflexión. En el carrusel de reformas y contrarreformas
emprendidas, a fuerza de empeños y de una mayor amplitud de miras se confía en tocar
pronto un fondo al que se le espera pero aún nadie ve.
No proceden más métodos de prueba
y error. Son necesarias políticas para reactivar la economía. Y si la creación
de la sociedad de gestión de activos dudosos y el rescate son buenos mimbres para
favorecer la recapitalización bancaria, en nada perjudicaría ahora algunos
estímulos fiscales. Se trataría de promover por tierra, mar y aire la inversión,
pues sin su soporte vital será por esos mismos medios por los que huirán
nuestros jóvenes hacia otros lares para evitar el desempleo o coleccionar
contratos temporales.
Renegociar el calendario de
consolidación fiscal, influir sobre el BCE para evitar una apreciación
artificial del euro, incentivar la investigación, reducir carga fiscal a quienes
invierten y arriesgan y contribuir a que el crédito fluya es un buen camino que
cabe andar sin timidez ni demora.
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